establecimiento
de nuevos renglones de productos y, particularmente, al dominio del sector
industrial sobre los demás sectores de la economía. La administración López
Pumarejo -1934-1938- coincidió con el momento más importante de estos artistas
interesados en el nacionalismo y con grandes inquietudes sociales. En 1934
exponen en Bogotá Ignacio Gómez Jaramillo y Pedro Nel Gómez.
Formalmente, en la pintura inicial del primero hay atisbos de las obras de Cézanne y Gauguin y en la del segundo dejan de reconocerse elongamientos a lo Modigliani, síntesis a lo Morandi y francas deformaciones expresionistas. Otros artistas de esta generación fueron los pintores Luis Alberto Acuña, Débora Arango, Carlos Correa, Alirio Jaramillo, Gonzalo Ariza y Sergio Trujillo Magnenat y los escultores Ramón Barba, José Domingo Rodríguez y Rómulo Rozo, entre otros. Con mayores o menores méritos y con osadías antiacadémicas más o menos logradas, estos artistas fueron indiscutiblemente los primeros modernistas del país -con Andrés de Santamaría como antecedente más temprano- y los continuadores de la avanzada modernista en América Latina. Como afirma Damián Bayón: "puede decirse que a partir de los años 20 aparece en los centros más evolucionados de Latinoamérica una toma de conciencia de todos los problemas principales no sólo estéticos sino sobre todo políticos, económicos, sociales, ideológicos. En arte va a ser la época del muralismo mexicano; de la aparición en Buenos Aires de Figari, de la vuelta de Pettoruti a su tierra natal; de la creación del grupo chileno Montparnasse, del "indigenismo" de un peruano como Sabogal".
De los colombianos nacionalistas, merecen destacarse la enorme producción de frescos, óleos, acuarelas y esculturas de Pedro Nel Gómez, en la que abundan temas como las mitologías populares, las mineras o barequeras, las maternidades y la violencia; los óleos y las acuarelas de Débora Arango -plenamente reivindicada después de su retrospectiva de 1984- en los que aborda algunos temas sociales y políticos que nadie en el país había presentado con tanta crudeza: figuras y escenas prostibularias, maternidades grotescas, monjas caricaturescas y retratos muy distorsionados de políticos conocidos; las tallas en madera de Ramón Barba con personajes del pueblo y los bronces y las tallas en piedra de Rómulo Rozo en los que se exalta la raza indígena.
Si la
aproximación definitiva al arte del siglo XX se logra con la generación
nacionalista, nacida a fines del siglo XIX y en los primeros años de esta
centuria, los artistas nacidos en torno a 1920, no sólo continúan ese derrotero
de estar al tanto del arte moderno
-ahora con menos años de distancia y por primera vez con un cierto interés
vanguardista- sino que algunos alcanzan a tener figuración internacional. Lo
más característico del arte colombiano de los años cincuenta se encuentra, por
una parte, en la aparición de una pintura cargada de imaginación creadora, que
transforma la representación de la realidad de manera considerable hasta
producir alusiones espaciales de gran belleza, como en los mejores óleos de
Alejandro Obregón, o unas "razas" peculiares, como en las finas
acuarelas y excelentes óleos de negras de Guillermo Wiedemann, en los
abundantes trabajos en varios procedimientos de mulatos y mestizos de Enrique
Grau y en los dibujos, pinturas y esculturas de blancos contrahechos y
monumentalizados de Fernando Botero. Mas, por otra parte, el arte colombiano de
esa época se caracteriza por la presencia - tardía, como en casi toda
América Latina-, aproximadamente desde 1949, del arte abstracto, tanto en
pintura como en escultura y en sus dos vertientes más reconocibles, la
geométrica y la expresionista.
Como
escribiera Alvaro Medina: "Hacia 1945, cuando se perfiló como un hecho la
generación de Edgar Negret y Alejandro Obregón, la plástica nacional perdió su
particularidad de expresarse en tendencias homogéneas, es decir, de
generaciones que tendían a coincidir en puntos conceptuales básicos, para
tomarse una plástica pluralista. El país se había vuelto complejo y junto a la
riqueza que acrecentaba la pobreza existía un capitalismo de tendencia
monopolista al lado de formas de producción semifeudales en el campo. El
enfrentamiento sería múltiple desde entonces: la burguesía nacionalista
divergía de la burguesía proimperialista, mientras los pequeños y medianos
industriales tenían que habérselas con los monopolios. Los intereses de los
diferentes grupos eran conflictivos y sus contradicciones se agudizaron, algo
que ya se había manifestado durante los debates alrededor de la ley que
modificaba la tenencia de la tierra que presentara López Pumarejo en el Congreso
de 1937.
Ante un país fragmentado por su
diversidad de intereses, la plástica también presentó una diversidad de
lenguajes, a veces opuestos". En efecto, la simple revisión de los
artistas más significativos de los cincuenta impide cualquier clasificación
homogénea. Algunos pintores llegan a la abstracción, pero otros siguen siendo
figurativos. Entre los últimos, el nombre más prominente es el de Fernando
Botero, quien ha practicado hasta hoy una pintura, dibujo y una escultura de
personajes y objetos caracterizados por su rotundez, en los que pueden
rastrearse influencias, no sólo del mejor arte de los grandes maestros, sino
también de la pintura del período colonial y de las cerámicas y esculturas
precolombinas. La importancia de la obra boteriana no se sentirá sino desde
los años sesenta. Empero, sus grandes pinturas de la segunda parte de los
cincuenta: un "Homenaje a Mantegna", Primer Premio en Pintura en el
Salón Nacional de 1958 o un "Homenaje a Ramón Hoyos", del año
siguiente, por ejemplo, señalan una nueva ruta al arte colombiano, tanto por su
admiración por el arte del pasado, como por sus intereses nacionalistas -el
gusto, la idiosincrasia, las costumbres, etc.-. Habrá todavía bastante interés
por el arte abstracto, pero nunca con la fuerza que alcanzó a tener antes de la
aparición de Botero. Y no es errado pensar que el regreso de algunos abstractos
a la figuración estuvo estimulado por esa pintura excesiva e irrigada de
realismo mágico del gran antioqueño.
Varios fueron los pintores que realizaron una buena
pintura abstracta en el país en los años cincuenta. Dos nombres ocupan los
lugares de preeminencia: Guillermo Wiedemann, quien tras una hermosa pintura
figurativa consagrada al paisaje del trópico y a la raza negra, se orientó a
una abstracción expresionista y experimental llena de referencias indirectas a
la naturaleza de Colombia y Eduardo Ramírez Villamizar, cuya pintura abstracta
geométrica, desde 1951 hasta sus primeros relieves de 1959, no sólo anticipa el
rigor de su excelente evolución escultórica posterior, sino el predominio del
racionalismo en las mejores pinturas abstractas de los artistas más recientes.
Desde sus primeras esculturas en yeso de mediados de los cuarenta, la obra de
Edgar Negret divide en dos el panorama escultórico nacional. Pero lo más
importante es que, en pocos años, su trabajo no sólo puso al día la escultura
colombiana, es decir, la relacionó definitivamente con los problemas propios de
la escultura contemporánea, sino que sus propias construcciones en láminas de
aluminio pintado pasaron a figurar en excelentes escenarios del arte
internacional
Un hecho
muy destacable de los cincuenta es la aparición de la crítica de arte
especializada en el país. A partir de Casimiro Eiger -principalmente por radio-,
Walter Engel, Clemente Airó, Eugenio Barney Cabrera y, sobre todo, Marta Traba,
Colombia tuvo la oportunidad de conocer el análisis crítico profesional, más
allá de los comentarios de políticos, diplomáticos, poetas o artistas con
inquietudes espontáneas por el arte y por su juicio escrito. Marta Traba
defendió apasionadamente a varios de los artistas de ese decenio. Lo hizo en un
momento oportuno y posiblemente así llegue a justificarse su maniqueísmo que
sólo vio esplendores en la generación encabezada por Obregón y deficiencias en
las obras de los nacionalistas. Su beligerancia y su formación intelectual
sacudieron el arte colombiano y puede decirse que su terquedad y constancia
crítica en la televisión, por entonces naciente en Colombia y en varias
revistas y periódicos, cambiaron el rumbo de la apreciación artística en el
país. Es innegable que gracias a ella, Obregón vivió sus mejores momentos,
Ramírez Villamizar y Botero recibieron los primeros reconocimientos y varios
otros una orientación indispensable.
Durante los años sesenta se
produce el cambio de equilibrio entre los artistas abstractos y los
figurativos. Si a comienzos del decenio muchos jóvenes practican el
expresionismo abstracto, a fines de los sesenta el empuje de la figuración es
cada vez más poderoso. En 1962, Marta Traba comentó que, en el mundo, "el
retorno a la figuración es una posición teórica y combativa de plena
validez" al hablar del mexicano José Luis Cuevas y al conocer, sin duda
alguna, las obras cada vez más prestigiosas de Giacometti, Bacon, Dubuffet,
etc. Más adelante, después del triunfo de Rauschenberg en la Bienal de Venecia
de 1964, Marta Traba escribe con entusiasmo sobre "Los Americanos
Terribles" y presenta entonces un panorama del Pop de Estados Unidos. En Colombia,
el proceso de reaparición del arte figurativo es, en breve síntesis, el
siguiente: "Violencia" de Obregón -Primer Premio del Salón Nacional
de 1962- un óleo en el que aparece una mujer embarazada y asesinada en la línea
del horizonte de un paisaje desolado, fue precursor de muchos de los temas
relacionados con preocupaciones sociales y políticas que se vieron en ese
decenio. Aquellos años también estuvieron marcados por el triunfo de la
revolución cubana. Hubo entonces en varias partes de América Latina un arte
exultante que lanzó proclamas, que mostró iniquidades e injusticias sociales y
que entrevió, ilusoriamente, un futuro mejor. Precisamente, un aspecto del arte
figurativo del país tiene que ver con este enfoque político "comprometido",
tal como puede estudiarse en las pinturas de Carlos Granada y Luciano Jaramillo
-en una de sus etapas- en los dibujos de Pedro Alcántara, en las xilografías de
Alfonso Quijano y en los grabados en metal de Augusto Rendón, entre otros.
Particularmente por su formación
de largos años en Estados Unidos, Santiago Cárdenas es el más importante
artista del grupo de los muy receptivos a las influencias internacionales. Su
obra -pintura y dibujos- presentada por primera vez en 1966, ha sido afín
primero a ciertos aspectos del Pop norteamericano, después a un realismo
virtuosista en el que se entreveran las lecciones del arte abstracto de los
últimos años y, más recientemente, una figuración posmoderna que deliberadamente
mezcla influencia del expresionismo y del cubismo. Pese a la amplia presencia
del arte figurativo, el arte abstracto nunca ha desaparecido. Por el contrario,
ha seguido contando con representantes muy importantes. En los años sesenta
comienzan las producciones no figurativas, que llegan impecablemente hasta
hoy, de pintores como Manuel Hernández, quien trabaja formas-signos dentro de
un bello y entonado colorido; Carlos Rojas, cuyas obras, en varias etapas,
buscan espacios y texturas de gran refinamiento; Fanny Sanín, con una obra
geométrica de la más estricta ordenación y otros.
La última exposición individual especialmente preparada por Botero para una institución del país, tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1964. A partir de entonces no sólo volvió a predominar el arte figurativo en Colombia, sino que, en varios casos, éste asumió características propias con el "duende", al decir de Botero, de nuestra idiosincrasia sin tener que ser necesariamente folclorista. Un caso ejemplar en este aspecto es sin duda, la obra de Beatriz González, directamente influida por los cromos populares, las reproducciones baratas de pinturas famosas y las fotografías de la prensa nacional que ella convierte en creaciones de cromatismo exaltado, en las que se hace una constante reflexión sobre el gusto local y se alude con espíritu crítico a personajes y acontecimientos de la vida del país. Tal vez también por influencia de Botero, muchos artistas colombianos han vuelto a mirar con gran admiración el arte del pasado. Si la figuración nacional tiene algún rasgo común, éste es su interés por lo mejor de la historia de la pintura. Uno de los mejores en este aspecto es Luis Caballero, quien desde los primeros setenta ha adelantado una obra básicamente concentrada en el tema del desnudo masculino y cuyo virtuosismo cada día más acendrado, recuerda la calidad de los grandes maestros del Renacimiento.
Particularmente
por su formación de largos años en Estados Unidos, Santiago Cárdenas es el más
importante artista del grupo de los muy receptivos a las influencias
internacionales. Su obra -pintura y dibujos- presentada por primera vez en
1966, ha sido afín primero a ciertos aspectos del Pop norteamericano, después a
un realismo virtuosista en el que se entreveran las lecciones del arte
abstracto de los últimos años y, más recientemente, una figuración posmoderna
que deliberadamente mezcla influencia del expresionismo y del cubismo. Pese a
la amplia presencia del arte figurativo, el arte abstracto nunca ha
desaparecido. Por el contrario, ha seguido contando con representantes muy
importantes. En los años sesenta comienzan las producciones no figurativas,
que llegan impecablemente hasta hoy, de pintores como Manuel Hernández, quien
trabaja formas-signos dentro de un bello y entonado colorido; Carlos Rojas,
cuyas obras, en varias etapas, buscan espacios y texturas de gran refinamiento;
Fanny Sanín, con una obra geométrica de la más estricta ordenación y otros.
Los
escultores colombianos de los sesenta son básicamente abstractos. A lo largo
de esos años, Negret y Ramírez Villamizar -cuya primera obra exenta data de
1963- desarrollaron admirablemente sus trabajos y se colocaron en un lugar
distinguido en el concierto internacional. La aparición de Felisa Burzstyn en
la escena del país en 1962 debe destacarse. Con sus chatarras de ese momento,
la joven escultora comenzó a manifestar un sentido de irreverencia y de
libertad creativa que todavía sigue siendo estimulante. La irrupción de Felisa
Burzstyn y también de Bernardo Salcedo -con cajas de madera pintadas de blanco
de las que emergían objetos reales como embudos, miembros de muñecos, huevos de
madera, etc. -trajo al arte colombiano la utilización de toda clase de
materiales -comenzando por los desperdicios metálicos-, así como la reflexión
sobre lo que debe o puede considerarse "objeto artístico". Una y otro
aproximaron el arte del país a la experimentación (la escultora hizo obras con
movimiento e incluso verdaderas instalaciones) y al vanguardismo (Salcedo
realizó trabajos cercanos al arte conceptual y al arte tierra) y anticiparon
desde entonces muchas de las actitudes que han vuelto a presentarse como
novedades en años más recientes.
A partir
de 1963 existe el Museo de Arte Moderno de Bogotá, gracias al empeño de Marta
Traba. Esta institución cumplió durante los sesenta´s una importante labor
didáctica, con exposiciones, conferencias, cursillos, etc. No sólo mostró la
última exposición individual de Botero en Bogotá, sino que presentó por primera
vez las pinturas de Beatriz González, Luis Caballero y Santiago Cárdenas.
Dentro de su temporada en la Universidad Nacional -1966-1969- el museo hizo
hincapié en la apertura de las artes plásticas a toda clase de aventuras. Por
eso hay que recordar exposiciones como "Espacios Ambientales", de
1968, y "Luz, sonido y movimiento", de 1969, en las que el vanguardismo
colombiano se dio la mano, en el momento oportuno, con el arte "avant
garde" internacional. Posteriormente el MAM de Bogotá ha hecho muchas
muestras internacionales de importancia y algunas retrospectivas -como la
"Historia de la Fotografía en Colombia"- de gran interés. Sin
embargo, hoy su labor ha dejado de ser estimulante, salvo excepciones como la
Bienal de Bogotá. La capital del país también cuenta para el arte contemporáneo
con el Museo de Arte de la Universidad Nacional y con el Museo del barrio El
Minuto de Dios. Cali, Medellín, Cartagena y Bucaramanga también tienen museos
especializados en el arte del siglo XX.
Tal como
sucedió en el arte internacional, Colombia tuvo en los años setenta un arte sin
movimientos predominantes. Además, puede afirmarse que en ese panorama
variadísimo de tendencias no hubo novedades o verdaderos aportes, sino apenas
desarrollos, prolongaciones y variaciones de manifestaciones artísticas nacidas
en el decenio de los sesenta, e incluso un poco más atrás. Dentro de ese
espectro tan diverso que pudo verse en el arte colombiano de los setenta, de
todos modos es posible señalar algunos rasgos particulares que corresponden a
la relación constante de lo nacional con lo extranjero o a circunstancias
fundamentalmente locales. Un ejemplo del primer caso, lo tenemos en la
aproximación al realismo fotográfico que apareció en los primeros años de ese
decenio en las obras de Darío Morales, Alfredo Guerrero, Miguel Angel Rojas y
Mariana Varela, entre otros, o en el interés por el arte conceptual que fue más
propio de los últimos setenta y de los primeros ochenta. Como ejemplos del
segundo caso, tenemos la profunda admiración por el arte del pasado, que ya se
había visto en Botero y Luis Caballero, y que en los setenta floreció en
trabajos como los de Juan Cárdenas, Gregorio Cuartas y el ya mencionado Darío
Morales; la búsqueda de temas y de vivencias nacionales en producciones como
las de Saturnino Ramírez, María de la Paz Jaramillo, Ever Astudillo y Oscar
Muñoz entre otros. A diferencia de los varios artistas que en los sesenta
hicieron arte político, en los setenta pocos artistas pueden destacarse en esta
figuración, con la excepción de Diego Arango y Nirma Zárate que integraron el
"Taller 4 rojo", grupo que trabajó en varios frentes: la docencia, la
revista "Alternativa" -haciendo la diagramación y numerosos
fotomontajes- y la publicación de serigrafías de ediciones masivas, y Gustavo
Zalamea, cuya obra inicial combatió las dictaduras y criticó las
instituciones. Pero si la figuración no tuvo en ese decenio muchos artistas
comprometidos, sí vio aumentar el erotismo -que ya tenía antecedente de calidad
en la obra de Leonel Góngora- en los trabajos de Jim Amaral, Miguel Angel Rojas
y Félix Angel.
Por los
numerosos premios en el campo internacional -Bienal de Cali, Bienal de San
Juan de Puerto Rico, muestras en países socialistas de Europa- puede asegurarse
que Colombia descolló entonces en los campos del dibujo y del grabado. Y no
sólo con artistas consagrados a esta clase de trabajos como Pedro Alcántara,
ganador de varios primeros premios como dibujante en los sesenta, Ever
Astudillo, Oscar Muñoz, Alfonso Quijano, Augusto Rendón, etc., sino con
numerosos pintores que también son grabadores y dibujantes, como Juan Antonio
Roda -extraordinario en sus series de grabados en metal "Retratos de
un Desconocido", "Delirio de las Monjas Muertas", etc.-, Juan
Cárdenas y otros.
Desde los
primeros setenta Antonio Caro debe considerarse un precursor del arte
conceptual, cuya irrupción en el arte internacional data de la segunda parte
de los sesenta. Pero si como afirmó Miguel González: "Caro desde su
primera salida cuestionó inteligentemente la definición de la
artisticidad" en Colombia,
no hay duda de que sus propuestas fueron, ante todo, una prolongación de numerosas
posiciones surgidas en Europa y Estados Unidos. Gregory Battcock ha escrito con
razón: "Se ha escrito largo y tendido a propósito del rechazo de los
criterios artísticos tradicionales por parte del arte conceptual. Este rechazo
empezó, en verdad, mucho antes de que los conceptualistas apareciesen en escena
de modo activo. El clima que favorecía nuevos criterios surgió con la
conciencia de que si un arte quiere mantener su vitalidad debe comprometerse
continuamente en el terreno de los valores culturales. El cambio de valores
culturales que, en otros tiempos, fue tema propio de las artes, viene hoy
decidido (según Allan Kaprow) "por las presiones políticas, militares,
económicas, tecnológicas, educativas y publicitarias".
La
escultura de los setenta fue básicamente abstracta y sus principales exponentes
trabajaron con nuevos materiales. Aunque predominaron los metales, también se
utilizaron las maderas y toda clase de desperdicios y materias efímeras o en
proceso de deterioro total. Los dos mejores escultores de ese decenio fueron
John Castles, con una obra racionalista que cada vez se hizo más severa y
"mínima", y Ramiro Gómez, con unas construcciones "pobres"
cargadas del encanto de lo gastado y con huellas del tiempo. Ambos artistas han
seguido trabajando hasta hoy, el primero con una producción sobresaliente que
ya tiene varios ejemplos de escultura pública en Medellín, Bogotá y
Bucaramanga.
La
pintura también tuvo artistas nuevos dedicados a lo no figurativo; ellos
fueron: Samuel Montealegre, Manolo Vellojín, Ana Mercedes Hoyos, Alvaro Marín y
Margarita Gutiérrez, entre otros. Hubo artistas cercanos a la abstracción que
no dejaron de pensar en la naturaleza (Edgar Silva y Hernando del Villar) y,
por supuesto, muchos pintores figurativos: paisajistas como Antonio Barrera y
María Cristina Cortés; interioristas como Cecilia Delgado y artistas de objetos
varios y personajes humanos como Heriberto Cogollo, Francisco Rocca, Alicia
Viteri, Diego Mazuera y Mónica Meira.
En
materia de arte, Medellín, Cali y Barranquilla se convirtieron en ciudades
alternativas de la capital. Las dos primeras realizaron además eventos
internacionales como las "Bienales"
-ya desaparecidas- que mostraron arte internacional; la de Cali especializada en artes gráficas del continente. Si esas ciudades han tenido una gran actividad artística, no pueden verse en las obras de sus artistas rasgos regionales característicos. Empero, no deja de ser llamativo que Medellín tuvo el grupo más sólido de escultores, todos con formación en arquitectura (John Castles, Germán Botero, Alberto Uribe y Ronny Vayda); Cali el conjunto más destacado de fotógrafos y cineastas (Gertjan Bartelsman, Fernell Franco, Carlos Mayolo, Luis Ospina, etc.) y Barranquilla muchos artistas 'avant garde', siempre estimulados por Alvaro Barrios, dibujante experimental y artista conceptual.
-ya desaparecidas- que mostraron arte internacional; la de Cali especializada en artes gráficas del continente. Si esas ciudades han tenido una gran actividad artística, no pueden verse en las obras de sus artistas rasgos regionales característicos. Empero, no deja de ser llamativo que Medellín tuvo el grupo más sólido de escultores, todos con formación en arquitectura (John Castles, Germán Botero, Alberto Uribe y Ronny Vayda); Cali el conjunto más destacado de fotógrafos y cineastas (Gertjan Bartelsman, Fernell Franco, Carlos Mayolo, Luis Ospina, etc.) y Barranquilla muchos artistas 'avant garde', siempre estimulados por Alvaro Barrios, dibujante experimental y artista conceptual.
Un hecho
muy significativo de los setenta fue la aparición de tres revistas
especializadas en arte: "Arte en Colombia", la primera, dirigida por
Celia de Bribragher, "Revista de Arte y Arquitectura en América
Latina" dirigida por Alberto Sierra, y "Sobre Arte", dirigida
por los artistas Carlos Echeverri y Beatriz Jaramillo. Estas publicaciones
reanudaron las empresas pioneras de "Plástica" y "Prisma",
ambas de los cincuenta. De las revistas de los setenta sólo existe "Arte
en Colombia", actualmente con verdadero prestigio continental. El Museo
de Arte Moderno de Bogotá publica desde 1987 "Arte, revista de arte y
cultura", centrada en las labores del museo y crónicas internacionales.
Empero, si la aparición de esas revistas es un hecho muy positivo y casi
excepcional en América Latina, no hay duda de que todavía sigue haciendo falta
la crítica idónea y especializada. Es sorprendente cómo frente a los muchos
artistas que aparecen permanentemente, los nombres de los llamados críticos de
arte escaseen; con el agravante de que mientras la mayoría de los artistas son
profesionales, buena parte de los críticos son espontáneos, sin verdadera
preparación en teoría e historia del arte y, por lo tanto, bastante
irreflexivos en sus opiniones.
Principiando
los ochenta, se dio el "boom" aparente del conceptualismo. Alvaro
Barrios a comienzos de ese decenio organizó algunas exposiciones con la
participación de muchos artistas -algunos aficionados- alejados de las
prácticas tradicionales de la pintura y la escultura. Después de algunos años,
pocos de aquellos artistas persisten. Sin embargo, aunque hoy los trabajos
tridimensionales y la pintura predominan sobre cualquier otro procedimiento, no
han dejado de surgir artistas de gran seriedad particularmente interesados por
los "performances" (María Teresa Hincapié), las "instalaciones"
(José Alejandro Restrepo) y otras realizaciones no convencionales.
El
panorama de los trabajos en tres dimensiones en el decenio de los ochenta, es
de una gran variedad. Aún con la presencia firme y novedosa de las
construcciones de Negret y Ramírez Villamizar, las nuevas propuestas
tridimensionales del arte nacional muestran que los maestros mencionados no están
solos y, al mismo tiempo, que nadie quiere seguirlos ni de cerca ni de lejos.
Han seguido plenamente vigentes Castles, G. Botero y Ronny Vayda. El segundo,
con una obra nueva de piezas que tienen una imagen que hace pensar en
fragmentos de máquinas o en construcciones fabriles; una producción adelantada
en diferentes materiales y procedimientos, que parte de una larga investigación
en torno del progreso de la industria antioqueña desde el siglo XIX. También
tienen imagen las obras de Consuelo Gómez, una artista que en diferentes
materiales alude a objetos o lugares conocidos, siempre imprimiéndoles el rigor
de la geometría. Nadín Ospina es el único caso, después de Fernando Botero, de
un artista tridimensional figurativo. Sus obras son pinturas con soportes no
convencionales -pinturas hechas de regados de muchos colores sobre una base
monocroma- o esculturas realizadas con resina de poliéster, cuyas superficies
aparecen recubiertas de colores vivos. El artista insiste en las figuras de
animales, casi siempre tropicales y muchas veces multiplicados en verdaderos
hatos que invaden un espacio. También, entre los trabajos tridimensionales y la
pintura, avanza la obra de Beatriz Angel, realizada con variados materiales,
formas y colores. Apoyados en materiales naturales, los trabajos de Hugo Zapata
-quien trabaja pizarras y mármoles- y Ezequiel Alarcón -piedras, maderas, etc.-
buscan el encanto y la poesía de lo terrestre y de lo rústico. Mientras
artistas como Ramón Carreño, quien trabaja el mármol y Cristóbal Castro,
fundidor del hierro, realizan sus obras con materiales históricos, Doris
Salcedo y María Fernanda Cardoso utilizan objetos listos -la primera
especialmente muebles y la segunda un surtido más amplio que va de los desechos
industriales a los animales disecados y a lo orgánico en germinación detenida-
para establecer unas construcciones metafóricas en las que las presencias del
abandono, la soledad y la muerte son innegables.
La
pintura abstracta tiene en los últimos años muy buenos representantes. Algunos
como Santiago Uribe Holguín, Marta Combariza, Luis Fernando Zapata y Jaime
Franco practican una obra en la que la superficie es muy sensible y a veces
recuerda el informalismo. Lienzos con forma se ven en las composiciones muy
cohesionadas y armónicas de Camilo Velásquez y Teresa Sánchez. Diversas intenciones
espaciales se destacan en los trabajos de Luis Fernando Roldán, Jaime Iregui y
Rafael Echeverri, que van de las formas semiorgánicas al rigor de los
cuadrados. ¿Puede tener alguna explicación esta abundancia de pintura abstracta
en un país como Colombia? Se puede pensar en evasión; en el deseo de escapar a
una realidad desapacible y difícil. Pero si esto fuera cierto, no podría
explicarse el predominio de la pintura figurativa. Quizás sea más correcto
pensar que la presencia numerosa de los pintores abstractos obedece al
predominio de la modernidad. El arte abstracto -la manifestación más característica
del arte del siglo XX- tiene sus orígenes a comienzos de la centuria y desde
entonces siempre ha contado con una nómina de excelentes cultores. En Colombia,
después de los cuadros geométricos de Ramírez Villamizar y de los lienzos
abstractos líricos de Wiedemann y Roda, la abstracción ha sido mantenida
vigente por artistas ya mencionados como Manuel Hernández, Carlos Rojas y Fanny
Sanín. La mejor nueva abstracción del país está relacionada con esta tradición,
así no tenga parecidos o influencias evidentes.
La
presencia firme del arte figurativo bidimensional ha sido una constante del
país en los campos de la pintura y las artes gráficas. Algunos de los pocos
artistas colombianos de prestigio internacional son pintores, dibujantes o
grabadores que realizan representaciones más o menos relacionadas con la
apariencia de las cosas reales y que reiteran, sobre todo, la imagen del hombre
a partir de muy variadas concepciones, tanto artísticas como ideológicas. No
puede entonces explicarse la abundancia del arte figurativo colombiano en los
años ochenta por el resurgimiento de la pintura y particularmente de la
figurativa, luego del arte conceptual, a partir de los últimos setenta en
Europa y Estados Unidos. El país nunca ha tenido inclinaciones compulsivas a
las últimas modas internacionales y la vigencia de la figuración en los
ochenta, tiene más que ver con las producciones de Botero, Beatriz González y
Santiago Cárdenas, que con la transvanguardia o el neo-expresionismo.
El nuevo
arte figurativo colombiano no desconoce, sin embargo, lo que se ha venido
realizando en el exterior. Todos los artistas de hoy están al tanto de lo que
pasa en otras partes, pero ninguno está en el plan de seguir dócilmente lo que
se hace en las grandes metrópolis. Las principales características de la
figuración actual en el país pueden enmarcarse dentro de las vertientes del
expresionismo -en una gama ilimitada de creaciones que alteran
considerablemente la apariencia de la realidad- y del naturismo. En la primera
hay trabajos que deliberadamente lindan con la abstracción o en los que el
hacer artístico sumerge el motivo en un plano secundario (Miguel Angel Rojas);
trabajos desasosegados por vivencias intensas o por circunstancias reales
caóticas o muy problemáticas (Carlos E. Serrano, Diego Mazuera) y trabajos con
contenidos profundos y serias elucubraciones culturales y existenciales
(Lorenzo Jaramillo, Víctor Laignelet, Luis Luna, Raúl Cristancho) o irrigados
de visiones particulares circunscritas a un medio físico específico (Ofelia
Rodríguez). En la vertiente naturalista, el buen oficio aprendido de los
grandes maestros del pasado y también de las principales figuras del modernismo
resalta los temas y los significados (Carlos Salazar).
Sin duda,
hay ahora una verdadera eclosión de artistas plásticos. En exposiciones
colectivas, en los Salones Nacionales y en las Bienales de Bogotá, se ven
incesantemente nuevas figuras que permiten pronosticar una continuidad en la
proliferación de pintores, artistas tridimensionales y experimentales. Sin
embargo, dos retos hacia el siglo XXI son, por una parte, la renovación total
de las artes plásticas, que en los últimos decenios han presentado síntomas
innegables de decadencia y de no poder superar las tradiciones de las
propuestas revolucionarias del modernismo
-adelantadas tanto en el terreno de los oficios convencionales a partir de Picasso y otros innovadores, como en el terreno del antiarte y del arte conceptual a partir de Duchamp-, y, por otra parte, la superación enfática de la dependencia de las manifestaciones artísticas foráneas, con la firme determinación de crear un arte propio, de verdadero carácter latinoamericano, a partir de las inmensas posibilidades creativas individuales y sin ninguno de los prejuicios sin sentido de la identidad nacional.
-adelantadas tanto en el terreno de los oficios convencionales a partir de Picasso y otros innovadores, como en el terreno del antiarte y del arte conceptual a partir de Duchamp-, y, por otra parte, la superación enfática de la dependencia de las manifestaciones artísticas foráneas, con la firme determinación de crear un arte propio, de verdadero carácter latinoamericano, a partir de las inmensas posibilidades creativas individuales y sin ninguno de los prejuicios sin sentido de la identidad nacional.
Los
comienzos de la arquitectura moderna en Colombia coinciden con los inicios del
arte moderno, es decir, los años treinta. En 1936 se funda en Bogotá la primera
Facultad de Arquitectura del país en la Universidad Nacional. En el decenio
siguiente se abrirán otras facultades en universidades públicas y privadas. Por
esos años las grandes ciudades principian a crecer rápidamente por la
inmigración campesina, el avance de la industrialización y los conflictos
políticos y sociales que llevarán a la violencia de mediados de siglo. Mientras
el austriaco Karl Brunner se puede considerar el pionero del urbanismo moderno
en Bogotá -realizó entre otros, el trazado de la Avenida Caracas-, el alemán
Leopoldo Rother es su equivalente en el diseño arquitectónico al proyectar
algunos de los primeros edificios de la Ciudad Universitaria. A estos
extranjeros pronto se les sumarán los italianos Bruno Violi, Vicente Nasy,
Ernest Blumenthal y Alberto Wills Ferro, entre otros. Con el trabajo de los
primeros egresados de la Facultad de Arquitectura, así como el de algunos
colombianos formados en el exterior, el país se vinculó definitivamente a la
corriente internacional de los movimientos racionalistas europeos (La Bauhaus
y Harvard-MIT, el grupo De Stijl, sobre todo, Le Corbusier).
Desde
entonces y como se puede seguir a través de la revista "Proa",
fundada en 1946 por Carlos Martínez y Jorge Arango, la arquitectura realizada
en Colombia ha recibido las más diversas influencias (Wright, Aalto, Mies Van
der Rohe, Kahn, etc.), ha hecho muy buenas adaptaciones de la mayoría de las
tendencias en boga e incluso ha establecido una característica de austeridad,
así como una constante de buena arquitectura (Guillermo Bermúdez, Fernando
Martínez, Arturo Romero y Rogelio Salmona, entre otros). Esta ha hecho de todo,
desde rascacielos hasta multifamiliares -muchas veces sin tener en cuenta el
entorno urbano- pasando por edificaciones varias -estadios, aeropuertos,
iglesias, clubes, residencias privadas, etc.-, en las que se han utilizado
nuevas técnicas y nuevos materiales de construcción.
Mucha
arquitectura moderna se hizo demoliendo importantes ejemplos del pasado e
incluso de construcciones más recientes, aun de los primeros decenios del siglo
XX. Aunque la piqueta del progreso subsiste, es indudable que uno de los hechos
más destacados de la arquitectura reciente, es el que tiene que ver con la
recuperación y absorción de edificios antiguos. A estas remodelaciones hay que
añadir el mayor interés por el entorno, tanto en términos espaciales como
temporales. Sin duda, esta nueva actitud de la arquitectura tiene que ver en
Colombia con las muy serias investigaciones sobre la historia del urbanismo y
de la arquitectura adelantadas desde hace varios años. Al lado de estas obras
de restauración ha surgido una arquitectura nueva que alude a aspectos de la
arquitectura del pasado, especialmente a través de abstracciones tipológicas.
Y, también pretenciosos ejemplos de arquitectura posmoderna en los que se
insertan lenguajes historicistas.
Más que
en las artes plásticas, la economía es un factor de gran presencia en el campo
de la arquitectura. La ciudad crece y los edificios y viviendas se construyen
condicionados por el dinero. La débil economía del país se ha reflejado
constantemente en las obras públicas realizadas por el Estado y en los planes
de vivienda, a veces incoherentes y mezquinos, en especial en los últimos
años, del Instituto de Crédito Territorial y del Banco Central Hipotecario. El
dinero privado, en ocasiones de dudosa procedencia, ha hecho obras importantes
de gran calidad, pero también trabajos suntuarios de pésimo gusto.
El
crecimiento desmesurado de las ciudades, el amontonamiento de los edificios -a
veces de buena arquitectura, muchas veces de arquitectura comercial y mediocre-
la falta de una planificación urbana permanente, lógica y éticamente impoluta,
y la concentración humana cada día más grande, no permiten pronosticar un
futuro citadino mejor. Uno de los más serios teóricos de la arquitectura en el
país, Alberto Saldarriaga, ha dicho lo siguiente: "La ciudad colombiana
se desintegra cotidianamente, su fisonomía se transforma, se avejenta con las
innumerables arrugas de lo nuevo. Sus habitantes, heterogéneos, diversos,
conviven sin solidarizarse entre sí y con la ciudad, llevando a cabo cada uno
su propia batalla. La ciudad colombiana se despedaza mientras se hacen
esfuerzos por integrarla. De ]as villas y aldeas del siglo XIX surgieron en
este siglo formaciones urbanas descomunales en relación con sus propias
posibilidades. El tamaño metropolitano de Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla
contrasta con las formas de vida aldeana que todavía suceden en su interior.
Colchas de fragmentos físicos y culturales, las ciudades han formado sus
propias ecologías y en ellas la supervivencia es difícil, la competitividad es
alta, no existen todavía suficientes mecanismos de solidarización de la vida
urbana".
Las grandes
construcciones novelísticas aparecieron con Jorge Isaacs y Tomás Carrasquilla. En el primer tercio del
siglo XX se impuso la obra de un novelista que alcanzó gran éxito de público,
aunque no de crítica, en América y España: José Manuel Vargas Vila (Ibis, Flor
de fango). José Eustasio Rivera, con La vorágine
(1928), fue el fundador de lo que podría llamarse la novela política e imaginativa
colombiana. Dentro de la novela contemporánea descuellan Eduardo Caballero
Calderón ("El buen salvaje"), Manuel Mejía Vallejo ("El día
señalado"), Álvaro Mutis ("La nieve del almirante"),
Gustavo Álvarez Gardeazábal ("Cóndores no entierran todos los días")
y, sobre todo, Gabriel García Márquez ("El coronel no tiene quien le
escriba", "Cien años de soledad", "El general en su
laberinto", etc.), quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982, quizás el premio más
relevante ganado por un colombiano en este campo.
Entre los poetas
contemporáneos representativos se cuentan Jorge Zalamea, León de Greiff, Luis
Carlos López, Rafael Maya y Luis Vidales. A la generación de «Piedra y Cielo»
pertenece Eduardo
Carranza, que marcan la transición hacia una vanguardia posterior,
en la que figuran Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus. Al mismo tiempo
surge el movimiento nadaísta,
iconoclasta, con Gonzalo
Arango y Jotamario
Arbelaez. Las más importantes revistas literarias son El Malpensante, Arcadia,
Número y Puesto de Combate.
Música: El Festival Rock al parque, que se realiza
cada octubre en Bogotá es considerado el más importante de América Latina. Un
ejemplo del "boom" del género "Pop latino" en Colombia son
artistas de renombre internacional como los cantautores Juan Esteban
Aristizábal (Juanes), Shakira una
de las cantantes con más éxito internacional en la historia de la música
latina, Sara Tunes que
logro el éxito norteamericano, y Los Aterciopelados una de las bandas de Rock en Español
más relevante del continente y considerada una de las mejores del Planeta por
la revista Time conformada por Andrea Echeverri y Héctor
Buitrago.