lunes, 16 de mayo de 2016

SITUACIÓN ACTUAL DE LA POBLACIÓN INDÍGENA EN AMÉRICA LATINA


También es importante ahora revisar la complejidad étnico-cultural de las zonas urbanas latinoamericanas, pues la presencia indígena no se limita ya a sus históricas zonas de refugio: las comunidades rurales alejadas en las áreas de bosques y floresta tropical o de serranías y mesetas altiplánicas. La presencia indígena es cada vez mayor en zonas urbanas y ciudades capitales de distintos países, que cuentan con población indígena numéricamente mayoritaria o minoritaria. Tal es el caso de capitales como Ciudad de México, Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima y Ciudad de Guatemala, y de ciudades intermedias importantes como Arequipa (Perú), Guayaquil (Ecuador), Maracaibo (Venezuela), Xela o Quetzaltenango (Guatemala) y Monterrey (México). Entre todas ellas, destacan, por un lado, Monterrey, ciudad que albergaría a pobladores de 55 grupos étnicos diferentes, y, por otro, Buenos Aires, metrópolis en la que vivirían ahora más de 700.000 quechuahablantes que han migrado desde áreas rurales y urbanas de Bolivia. En este último país existe una ciudad intermedia que se acerca rápidamente al millón de personas y cuyos pobladores son mayoritariamente indígenas. El Alto reúne una importante concentración de población aimara que ha migrado del campo a la ciudad junto a quechuas e incluso algunos migrantes de localidades indígenas del oriente boliviano. Se trata de una población mayoritariamente indígena, con fuertes lazos tanto con la ciudad de La Paz como con comunidades rurales aimaras, en la cual se ha venido construyendo una modernidad indígena, a la par que se reproducen prácticas socioculturales propias de la ruralidad aimara. Algunos estudiosos han tratado de reflejar esta situación, describiendo que los alteños son pobladores urbanos que cabalgan entre dos mundos.

Algunos pueblos indígenas como el mapuche cuentan con más población urbana que rural; y esto rige tanto para los mapuches en Chile como en Argentina. Sólo en Santiago viviría la mitad del total de la población de mapuches chilenos, que en total sumarían entre 500.000 y un millón de personas en el país. Si añadimos a esta cifra la referida a los mapuches que habitan en otras ciudades intermedias chilenas, como Concepción, Temuco y Villa Rica, se podría llegar incluso a un 70% o 75% de mapuches urbanos. También los wayuú que habitan en la Guajira colombo-venezolana son hoy en su mayoría habitantes urbanos.

La mayor complejidad sociocultural de las ciudades latinoamericanas hace que algunas de ellas se conviertan en verdaderos espacios multiculturales que contienen sectores o barrios de asentamiento indígena en los cuales a menudo se reproducen las prácticas socioculturales indígenas y cuyos pobladores, de una u otra forma, mantienen, por lo menos en las primeras generaciones de migrantes, vínculos socioculturales con sus comunidades y regiones de origen. Por ejemplo, ello ocurre tanto en Lima como en la ciudad de Panamá, en los asentamientos urbanos o barrios en los que habitan quechua o aimarahablantes, en el caso peruano, y ngöbes, buglés, kunas y emberás, en el caso panameño.

La creciente urbanización de la región ha traído también consigo una creciente indigenización de los espacios urbanos, otrora reducto exclusivo de la población criollomestiza hispanohablante. Todo esto ha contribuido a una visibilización indígena mayor y a una mayor presencia cultural indígena en los medios de comunicación y en la cotidianidad de las ciudades y de los pobladores no-indígenas. Ello ha ido aparejado con un interés cada vez mayor por la medicina natural, el avance de la sensibilidad ecológica, del etnoturismo e incluso del turismo de aventura que atrae la atención hacia los territorios indígenas.

En las ciudades se genera también el sentido de pertenencia pancomunitaria y étnico-lingüístico. Allí se encuentran indígenas que bien pueden hablar una misma lengua pero que provienen de diferentes comunidades de un mismo pueblo, o se relacionan con indígenas pertenecientes a otras comunidades distintas y que hablan otros idiomas. En estos contactos e interacciones surgen sentimientos identitarios panétnicos e indígenas, como resultado del simple descubrimiento de que son mucho más numerosos de lo que imaginaban. No es por ello raro que muchos movimientos hayan sido el resultado de una toma de conciencia, y que entre las organizaciones indígenas haya calado la necesidad de contar con oficinas que las representen en las capitales de los países en los que habitan.

La ciudad, sin embargo, se convierte en un ámbito difícil para la población indígena, y muchos de ellos se ven forzados a ejercer la mendicidad, como el caso de los migrantes económicos potosinos en las principales ciudades de Bolivia; a dedicarse al comercio ambulante, como muchos quichuas en Guayaquil y Quito, y a trabajar en fábricas clandestinas, como ocurre con muchos migrantes indígenas bolivianos en Buenos Aires y San Pablo. Es usual también que muchos indígenas se dediquen al servicio doméstico en ciudades como Lima y en otras de esos países.

Son numerosos los casos de niñas y adolescentes indígenas que son trasladadas del campo a la ciudad y que son entregadas por sus padres a parientes, padrinos o incluso a extraños, con el fin de que aprendan el castellano y se apropien de nuevas competencias que les permitan vivir en la ciudad, a cambio de vivienda y alimentación y, a veces, también de un salario mensual. En otros casos, las migraciones son motivadas por las necesidades familiares y las niñas, adolescentes y jóvenes indígenas envían parte de sus magros salarios a los familiares que se quedaron en el campo. Estas situaciones no sólo conllevan a la interrupción de la escolaridad, sino también a la explotación laboral de las niñas y jóvenes. Hay evidencias que confirman que las adolescentes que prestan servicios domésticos sufren en ocasiones vejaciones sexuales por parte de los hijos de los señores de las casas en las que sirven (cf. UNICEF, 2003).

Uno de los datos más preocupantes respecto del futuro de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes indígenas urbanos es el que proviene de un estudio realizado en México, en el que se comprobó que el 69% de los niños y niñas indígenas migrantes interrumpía su escolarización una vez instalados en la ciudad (en Larsen, 2003). No son pocos los casos de niñas y mujeres indígenas que fuera de su ámbito natural de asentamiento y como resultado de la desarticulación familiar que la migración usualmente trae consigo, son víctimas de la explotación y el comercio sexual en las ciudades a las que se trasladan. Así ocurre, por ejemplo, con niñas, adolescentes y jóvenes kunas en Panamá, hecho que está también relacionado con el avance del VIH/SIDA entre algunos asentamientos indígenas (F. Jonson, comunicación personal).

En todas estas situaciones, los niños, niñas y adolescentes indígenas, por lo general se ven privados del acceso a la educación y del ejercicio de sus derechos. No obstante, en algunas metrópolis, comienzan a surgir propuestas alternativas de educación indígena urbana, que merecen alguna atención del Estado, como ocurre en Bogotá en el contexto del Cabildo Ingano con sede en esa ciudad, que recibió plazas de maestros inganos para atender a los niños y niñas de ese pueblo que viven ahora en la capital colombiana. También en Quito, Santiago de Chile y Buenos Aires, e incluso en ciudades más pequeñas como Arica, en Chile, existen iniciativas diversas destinadas a propiciar el reencuentro con lo propio entre niños y niñas indígenas que habitan hoy en ámbitos urbanos. El caso de un jardín de infantes aimaras, que atiende a niños y niñas aimaras ariqueños, y de otros jardines étnicos en Chile, da cuenta de esta nueva realidad.

Es preciso referirse aquí a los nuevos destinos que vienen seleccionando algunas comunidades indígenas. Desde hace algunos años, se observa la migración hacia los Estados Unidos y a Europa, tanto a áreas urbanas como rurales. Tal es el caso, por ejemplo, de los mixes, zapotecos y de otros indígenas mexicanos en distintos lugares de California, y de los quichuas ecuatorianos en Madrid, Barcelona y en áreas rurales de Andalucía. Se estima que, como consecuencia de la crisis económica ecuatoriana, sólo en los últimos cinco años más de un millón de ecuatorianos habría salido del país. Tales movilizaciones no sólo traen aparejada una suerte de transnacionalización o translocalización de sus comunidades étnicas, lo que redunda en una mayor visibilidad internacional, sino también fenómenos económicos importantes como el de las remesas periódicas de dinero a sus países, comunidades y familias. En el caso ecuatoriano, por ejemplo, las remesas de los migrantes constituirían la segunda fuente de ingresos nacionales, después de la explotación petrolífera. Pocos son los estudios sobre la migración indígena a localidades extranacionales, destacando entre ellos los llevados a cabo sobre la diáspora peruana y los que se han realizado en México, respecto de la población indígena trasladada sobre todo a las zonas urbanas y rurales de California.

Los conflictos armados han provocado desplazamientos internos en Colombia, Guatemala y Perú. En los momentos más álgidos del conflicto en Colombia y Guatemala, los indígenas han tenido que buscar refugio en estados vecinos como Panamá, Ecuador, Venezuela, Belice y México. El triángulo del Ixil, en el nororiente de Guatemala, constituye hoy un territorio multiétnico habitado por refugiados indígenas mayas que retornaron de México luego de años de residencia en ese país durante la guerra interna que afectó al país centroamericano. En la década de los 80 un gran número de quechuahablantes peruanos se desplazó a Lima y otras ciudades importantes del país ante la amenaza y los ataques a comunidades rurales por parte del grupo terrorista Sendero Luminoso; por esta misma causa, los ashaninkas vieron seriamente diezmada su población en la selva central del Perú. En ese mismo contexto, el recientemente difundido informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú registra que más del 70% de personas muertas en el Perú, que se estima en más de 50.000, era de origen indígena, particularmente quechuas.

Se considera que los pueblos indígenas colombianos “no se han quedado quietos ante la inclemencia de la guerra, menos esperar que mueran de hambre por encontrarse sitiados por uno de los actores armados que les impide entrar alimentos y medicinas a sus territorios...” (Consejo Nacional Indígena de Paz, 2003: 12). Las estrategias indígenas más comunes en esta difícil situación son por lo general: (i) “huir masiva y organizadamente hacia las cabeceras municipales o hacia otros departamentos”; (ii) “replegarse de manera itinerante a sitios más internos del territorio en microdesplazamientos permanentes”; (iii) “encerrarse en su propio territorio”; (iv) “salir de las fronteras colombianas”, (v) “mantenerse en resistencia activa y desafiante” para evitar salir de sus resguardos (Ibíd.:12-3). Por su parte, en el año 2002, ante la amenaza de la guerrilla, toda una comunidad tule o kuna asentada en Colombia solicitó a sus hermanos kunas del otro lado de la frontera colombo-panameña permiso y espacio para trasladarse a un territorio más seguro; el Congreso Kuna discutió la posibilidad de asignarles una isla del archipiélago tule (F. Johnson, comunicación personal). El desplazamiento forzado de poblaciones de Colombia a Panamá con motivo de la guerra ha afectado también a las poblaciones embera y wounaan. Kofanes, quichuas y koreguajes han debido migrar al Ecuador, y baris y kankuanos a Venezuela. Y es que en Bolivia, el conflicto armado interno “mantiene un crecimiento sostenido, que ha afectado de forma grave a las minorías étnicas” (ACNUR 2002, citado en Consejo Nacional Indígena de Paz 2003:13).

La migración por razones económicas y los desplazamientos forzados traen consigo dos fenómenos sociales que es importante considerar; de un lado, la desmembración de las familias indígenas, con el consecuente abandono temporal o definitivo de los hijos e hijas, y el desplazamiento de niños y niñas indígenas hacia contextos distintos al tradicional. A través de la región, es posible encontrar comunidades rurales en las cuales sólo quedan ancianos y niños, niñas y adolescentes, mientras que la población adulta en edad productiva se encuentra ahora en las ciudades, con visitas esporádicas de los padres, cuando ellos han migrado dentro del mismo país. Son numerosos también los casos de niños y niñas indígenas que no ven a sus madres o a sus padres o a ambos, incluso por más de un año, cuando ellos han salido fuera del país y trabajan como ilegales. También son múltiples los casos de niños y niñas refugiados y desplazados a raíz del conflicto armado, como ocurre en Colombia, de donde salen tanto a ciudades de su país como de países vecinos. Como se ha visto, las zonas fronterizas de Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela se constituyen hoy en receptoras de población indígena colombiana, aunque cabe reconocer que este fenómeno tal vez afecte más a la población afrocolombiana que a la amerindia. En tanto, en algunas regiones los pueblos indígenas colombianos se han convertido en verdaderas fronteras humanas que han detenido el avance de los alzados en armas. No son pocos, por ello, los líderes indígenas colombianos que han sido asesinados tanto por los paramilitares como por la guerrilla.

ACTIVIDAD

1. Al realizar la lectura identifica los problemas que sufre la población indígena en países de América Latina.

2. Comenta con tus compañeros de clase tus experiencias sobre la problemática que sufre el pueblo indígena latinoamericano.

3. Prepara una exposición sobre las problemáticas de los pueblos indígenas en Colombia.                                                                                          

 
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